FUKUSHIMA, AÑO VI
Seis años después de la catástrofe nuclear en la central de Fukushima, la radiación existente en uno de sus reactores sería capaz de matar a un ser humano en menos de dos minutos. Estas son algunas de las consecuencias que dejó este accidente nuclear. Y es que hasta en las casas y campos considerados ‘limpios’ aún se encuentran niveles de radiación que multiplican hasta diez veces el límite establecido.
En Fukushima naturaleza y tecnología se unen: los animales se adaptan a la naturaleza y generan mitos nuevos. Edgar Martín-Blas, que se trasladó hasta Japón, ha contado que los animales se encontraban sueltos y en mitad de la carretera. Unos altavoces alertan a todo el que pasa sobre los osos radiactivos de la zona. “Notamos una naturaleza salvaje, la vida sigue y que la naturaleza continua expandiéndose sin control”, contaba el experto. Moverte, en Fukushima, en un entorno radiactivo es como una “aventura”. Los ‘hot spots’ eran concentraciones de seguridad que aparecían en la carretera y alertaban de la acumulación de contaminación.
La Zona Cero de Fukushima está desolada. Más de la mitad de los ciudadanos abandonó su ciudad y ya sólo quedan pequeños grupos de supervivientes que viven el día a día con lo poco que tienen. Es tal el miedo que tienen que nadie es capaz de manifestarse en contra de su gobierno para que mejoren sus condiciones de vida. Sólo un profesor se ha atrevido a editar un pequeño librito que contiene en su interior una crítica al gobierno en forma de poesía.
EL VUELO
El Cristo del Otero, en Palencia, fue erigido por Victorio Macho y domina toda la ciudad. Este escultor, hoy ya prácticamente olvidado, le dio un tono entre cubista y egipciaco. Se basó en las imponentes figuras de las deidades del país del Nilo. Desde 1931 vigila y protege la ciudad de Palencia y le acompañan muchas historias milagrosas y dramáticas. Este Cristo impresiona “como pocos en el mundo”
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